viernes, 25 de junio de 2010

LA INSOPORTABLE ESPECTACULARIDAD DE KISS




Freli, enviado espacial.


Parece mentira que Guy Debord, un borracho de ultraizquierda escribiese hace 43 años un texto tan clarividente en el cual anunciaba lo que hoy vivimos, entre otras cosas, la relación de la vida sometida al espectáculo o el espectáculo dominador de almas. A día de hoy, y tras 40 años de evolución, estamos en una fase espectacularidad máxima, donde la compra compulsiva de humo nos colma de felicidad. El recientemente fallecido Malcom Mclaren lo sabía y lo explotó, Chaim Witz, también, sólo con la diferencia que no se tragó el truño del filósofo francés.



Y es que la noche del 22 de junio, Kiss pasó por Madrid como un huracán controlado hasta el milímetro dejándonos humo a cambio del precio de nuestras entradas. A la salida del pabellón, tenía en los bolsillos lo mismo que a la entrada. Nada.



Y digo nada porque Kiss nunca regala nada (como el resto mega estrellas del firmamento del espectáculo que todas y todos conocemos) y eso fue la tónica de todo el concierto, con un pabellón vestido de gala y lleno hasta la bandera con lo que me preguntaba qué era más grande, si el público de un país en crisis o unos músicos sin crisis autoproclamados banda más caliente del mundo.



Kiss ganó el partido antes de empezar el concierto, los asistentes al evento estuvieron entregados desde Inmigrant Song, primera referencia al mito, y aparecieron estruendosos con Modern Day Delilah. El recinto se vino abajo ante semejante apoteosis, fuegos, lengüetazos, plataformas. Los dioses habían bajado a la tierra para compartir con los mortales un poco de su preciado tiempo, pero el tiempo pasa y rápido porque de dios pasas a ser semidiós y terminas en simple mortal, cosa que le ocurrió a Stanley, el cual nos enseñó su humanidad más corriente al mostrar sin complejos que su voz pasó a la historia. Desde hace pocos años, Eisen viene a menos, si escuchamos atentamente Jigoku Retsuden y Sonic Boom, notamos, pese a ser tratada en estudio, su voz está ronca y áspera y evita tonos más altos a los habituales, en directo, Stanley no da la talla y lo sabe, por eso no fuerza más de lo necesario para llegar hasta el final, evita en la medida de lo posible hacer coros, hay largas franjas del concierto donde no se le escucha (Calling Dr. Love-Shock Me-los solos Thayer y Singer -I'm An Animal). En Say Yeah y Crazy Crazy Nights, sobre todo en la última es donde más se apreció el mal estado y no entiendo como los técnicos de sonido no lo ayudan subiendo un poco el volumen, tendrán otras referencias acústicas. Pero Stanley es mucho Stanley, su presencia y su desparpajo oculta su indeseada carencia haciendo de puente entre la banda y el público aunque siempre diga lo mismo y es que Eisen, está mucho más cerca del maestro de ceremonias de Cabaret que de un front-man al uso, estuvo muy comunicativo, jugó con el público e incluso se atrevió con un Love Gun sin música y con Whole Lotta Love, segunda referencia al mito.



Chaim estuvo enorme y salvó los trastos. Si en un primer momento por las pantallas de video se le veía torpe y su rostro parecía ser la de un viejo payaso en decadencia, pero el demonio sabe más por viejo que por demonio e hizo el trabajo sucio, cubrió a Eisen en Firehouse, Rock and Roll al Nite y lo que le echasen, se salió en I'm An Animal y rozó el éxtasis en I Love It Loud, su bajo sonó con contundente y con presencia y su solo, como siempre, entre lo incongruente y genial, que para dar la plasta ya tenemos a Stanley Clark o Stuart Hamm.



Los clones, que decir, es imposible que hagan olvidar a sus antecesores, teniendo en cuenta lo profesionales que son, cumplieron de sobra sin despeinarse en un show calculado y sin margen para un mínimo de espontaneidad. Thayer no solo es capaz de clonar a Ace, en su solo se clonó en Page y Hendrix a la vez, lo que es tener buen gusto, y en el colmo de los colmos, hizo lo propio metiéndose en la piel de Bruce en Crazy, Crazy Nights, porque calcó el solo. Eric, no puede clonar a Peter, sencillamente es imposible, por mucho que lo intente, Singer siempre toca bien, aunque le den un palo y un cubo, eso sí, el número de Beth, lo despachó entre la parodia y lo cursi.



La lista de temas fue equilibrada y completa, cada uno tendría la suya pero lo que presentaron fue lo idóneo, con canciones célebres del los primeros discos, de la época dorada, de la ochentera y de Sonic Boom Boom Boom. Las insistentes visuales fueron muy descuidadas por no decir cutres, impropio del resto del espectáculo, deberían de ser mejor tratadas o excluirlas. El show en general fue lo de siempre con lo de siempre, para la gran mayoría, eso no supone un problema, es más, si no es lo de siempre no es lo mismo. Toda esta historia, hecha a lo grande describe lo que es el actual Kiss, una espectacular bofetada indolora e inofensiva de diversión para toda la familia, si alguna vez patearon culos, debió de ser en otro tiempo porque mi trasero salió sano y salvo de tanta patada o mejor, pataleta de unos tipos que dejaron de ser divinos el día en que vieron que el rock and roll se ve mejor desde la barrera y no en primera línea. Nosotros, el público mortal, cómplices voluntarios o involuntarios de lo espectacular, nos conformamos con creer que los tenemos y nos pertenecen porque eso es lo que venden y lo que compramos, craso error, un simple saludo nos cuesta la módica cantidad de 1000€, pero como suelen decir, hablar de dinero es muy feo y yo salí del concierto como entré, sin nada en los bolsillos.



Freli